El fuego del mito:

Esquilo, Prometeo Cautivo

León Febres-Cordero

 

Para hablar del mito habría que empezar por hablar del mito del mito. A pesar de milenios de mitos, nada sabemos acerca de ellos que no sea lo más superficial, la última capa de múltiples estratos concéntricos. Todo mito es un laberinto. El mito más antiguo del que tenemos conocimiento es precisamente el del laberinto, en cuyo centro periférico y ubicuo se oculta el monstruo. El mito atrapa y condensa la imaginación. Es un pozo del cual sólo se sale entrando. Los mitos están ahí, no sabemos dónde y se constelizan no sabemos cuándo ni cómo. En lo que brota la última capa del mito, hay que salir corriendo en el sentido opuesto. Es necesario alejarse para poder luego entrar en él, siglos después. Es lo que intentaremos hacer a lo largo de este seminario con el mito de Prometeo, asistiéndonos de la lectura del texto de Esquilo. Tal vez logremos arrancarlo de las entrañas psíquicas que lleva milenios royendo. Las nuestras, claro.

Proemio

Del rayo fulminante a la hoguera premonitoria

 

El fuego del mito tiene un aspecto natural y, por consiguiente, divino, aéreo, celestial, cosmogónico; y otro opuesto, humano, físico, telúrico, científico. Ambos aspectos están mezclados. Representan tanto la dualidad inherente al pensamiento del hombre como la resistencia genética a esa dualidad. La idea una vez formulada se vuelve contra el cuerpo que la acciona, al mediar entre la intención teórica y el hecho experimentado. Fuerza y violencia habrán de manifestar su potencia para restringir la idea, amparando al cuerpo. En este primer encuentro interrogaremos el parlamento inicial del Prometeo Cautivo de Esquilo (ll. 1-11), pronunciado por la Fuerza.

 

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